martes, 19 de julio de 2011

DE VIAJE

Un viaje es una pequeña nueva vida.  Todo se renueva. Se suprime completamente la rutina del vivir habitual.  Rutinas de gestos físicos, de maneras de pensar y de estados de ánimo.  La planificación del viaje, la decisión de realizarlo, las expectativas que se crean, son una ansiedad tranquila y placentera. Vivir es ilusionarse, estar interesado, esperar algo. En el trayecto se ve un trozo de paisaje, enmarcado por la ventanilla, que cambia con la suficiente lentitud para disfrutarlo y con la rapidez bastante para no aburrirse.  Se nos aviva la facultad de la atención.  Se nos da tiempo suficiente para ver, pero no debemos distraernos. Cambia el paisaje, progresivamente y nos damos cuenta de que ya estamos en camino.  Vemos y tratamos con gente nueva, compañeros de viaje, llegados a nuestro lado al azar.  No nos conocen ni los conocemos, pero, y quizás por eso, su compañía es agradable.  Surgen en nosotros, espontáneamente, sin esfuerzo, confianza y curiosidad, benevolente de antemano, hacia todos los que nos rodean.  Nos fijamos en la gente, la miramos con simpatía. Pequeñas anécdotas del viaje.  Una niña que se ha quedado atrancada en el W.C. y llama a gritos a su madre.  Observamos el nacimiento de un “ligue” espontáneo entre un hombre y una mujer, jóvenes. Y el paisaje, por la ventanilla, no cesa de cambiar.  El horizonte recto como una cuerda tensa.  Lo montañoso ha desaparecido.  Vemos manchas amarillas de campos de trigo. Llegamos de noche. Al día siguiente nos recibe una luminosa mañana.  Hace calor, pero es seco.  Se respira con facilidad.  El aire entra solo en los pulmones.  El mar está lejos, pero se presiente a la gran ciudad como un navío en medio de la llanura castellana. Se fuma menos.  Las manos están ocupadas, sosteniendo un plano, el dedo índice recorriendo las líneas de metro, discurriendo las conexiones entre las líneas, señalando monumentos conocidos.  Tenemos que orientarnos.  Nos ayuda la amabilidad de la gente. El paladar se desprende de sus rutinas.  Nuevos sabores: horchata, patatas al ali-oli .....Visita al Jardín Botánico.  Miles de aromas en poco espacio.  Es increíble la cantidad de felicidad que puede entrar por la nariz. Las horas de calor paralizan a la gran ciudad.  Siesta en sábanas blancas.  Sobre la mesilla el transistor.  Radio ¡Olé!  Una radio nostálgica. Nos vemos obligados a hacer más ejercicio.  Una ciudad se conquista con la suela del zapato. La vida y un viaje son muy parecidos.  Ambos son hermosos pero breves.  Disponemos de un tiempo limitado y tenemos por delante infinitas posibilidades.  ¡Hay tanto que ver!  Tenemos que elegir con clama, sin prisas, sin avidez.  En el instante elegido pueden caber todos los demás. Nos quedamos con ganas de ver el Museo de Ciencias Naturales. Largas colas en los espectáculos.  Mucha chavalería.  Las vacaciones acaban de comenzar. Sentados en la terraza de un bar, a la sombra de los platanares, nos damos cuenta que los gorriones se acercan mucho, son aquí muy confiados.  Picotean en el suelo, casi a nuestros pies. Regresamos con un agradable cansancio en el cuerpo, que desaparece con una noche de sueño.  Pero el ánimo está mejor dispuesto para vivir.  Las sensaciones del viaje continuarán vivas por algún tiempo en nuestro interior.  En la memoria quedarán para siempre.
            ¿Te acuerdas de aquel viaje que no hicimos a Madrid?


1 comentario:

  1. me ha llegado bastante todo lo escrito, sobre todo cuando dices que la vida es como un viaje, corto, pero hay que aprovecharla. Ningún vieje es lo suficientemente largo cuando aprendes allí a donde vayas. Y se te hace ameno cuando lo empiezas ya que en tu corazon llevas a aquell@s que aunque lejos te siguen enseñando.

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